María Antonia Ribera Siguan
(Barcelona, 19 de marzo de 1953)
A María Antonia Ribera Siguan el empeño por crear formas y, sobre todo, por encontrar los colores, como reza el título de su cuenta de Instagram, le acompaña desde muy pequeña. De niña, su madre, Maria Antonia Siguan, no le compra cajas de lápices de colores, por las que tampoco parece sentir mucho interés, sino ceras o pinturas tipo gouache de tonalidades fuertes, y, en vez de papeles blancos, le entrega cartulinas negras, rojas o marrones. Sin que la propia Ribera se dé cuenta, está empezando a germinar una inquietud, que será de largo recorrido, y que la lleva a participar con éxito en diversos concursos. Así, a los ocho años, gana el primer premio en el Concurso de Pintura Infantil Air France, a los nueve el del Concurso de Pintura y Dibujo Gran Teatre del Liceu, y al año siguiente el segundo premio en la Mostra Internacional de Dibujo y Pintura de Forte dei Marmi.
Esta vocación precoz se diluye un tanto al alcanzar la adolescencia, pero pronto, durante sus estudios secundarios, recupera el interés por el dibujo, especialmente con carboncillo, técnica que aún hoy le fascina. Esto se debe, en gran medida, a las enseñanzas del pintor Josep Maria Garcia-Llort (1921-2003), a cuyas clases asiste en el marco de una actividad extraescolar. Por primera vez, a los diecisiete años, recibe consejos y orientación de un artista reconocido, y eso la marca emocionalmente: todavía tiene colgados en su casa algunos bocetos de figuras humanas de ese periodo.
Esta recuperación se consolida al iniciar la carrera de Biología en la Universidad de Barcelona, momento en el que retoma con entusiasmo la pintura y asiste, entre 1971 y 1975, a la escuela dirigida por otro pintor, Ramon Sanvisens (1917-1987). En ese taller se ve por primera vez rodeada de jóvenes y apasionados aprendices de artistas, que absorben con entusiasmo el conocimiento pictórico del maestro y de sus ayudantes. Probablemente sea en ese momento, intenso y creativo, que lo que era una afición más o menos arraigada se convierte en una pasión, y Ribera decide dedicarse a la pintura. Los primeros óleos, pintados en la escuela de Sanvisens, demuestran su afán por el estudio conceptual del color, y por aprender la forma de crearlo y potenciarlo, afán con ribetes obsesivos que aún hoy la acompaña. Empieza pues su búsqueda para encontrar los colores.
A finales de 1976, Ribera inicia su vida profesional como bióloga en la Universidad de Barcelona, concretamente en el Departamento de Botánica de la Facultad de Farmacia. Una curiosidad difusa orienta sus primeros pasos hacia el mundo vegetal marino, primeros pasos que se prolongarán en una fecunda y larga trayectoria científica (hasta 2013, fecha de su jubilación como profesora universitaria). Dentro del mundo académico, Ribera será recordada, entre otras cosas, por su labor como coordinadora del grupo de investigación «Recursos vegetales acuáticos», dedicado al estudio biológico de las algas y de sus productos. De su trayectoria destaca la puesta en marcha, junto a otros colegas, de una innovadora línea de investigación basada en la cuantificación del ADN de las células de las algas, línea que lleva a su laboratorio a convertirse en un centro de referencia. Pero volviendo al arte: si bien durante los primeros tiempos de su vida académica la dedicación a la docencia y a la investigación es total, un tenue cordón umbilical la mantiene conectada a la creación plástica; este cordón lo trenzan sus dibujos de ejemplares de algas, del natural o a través del microscopio, para publicaciones científicas. Sin embargo, el estro de la artista se abre paso, y aprovecha que su labor investigadora le permite realizar numerosos viajes, a casi toda Europa, Cuba, México, Puerto Rico, Filipinas, Chile, Estados Unidos y otros lugares, para surtirse, a través de las fotografías que va haciendo, de poderosas fuentes de inspiración que la alimentarán más adelante.
En 1987 Ribera toma la decisión de regresar seriamente a la pintura, y lo hace en el estudio de Aurora Altisent (1928-2022), excelente y reconocida dibujante, y de la pintora Clara Guillot (1930-2002). Representa entonces escenas del natural, bodegones, y también espacios, interiores o exteriores, del estudio. De la mano de Aurora Altisent se adentra en el mundo fascinante de la composición, mientras que de la de Clara Guillot profundiza en la búsqueda de la luz en los objetos o en los espacios.
En 2008, cuando Aurora deja su estudio, se matricula en el Estudio de Pedralbes, del pintor Guillermo Castellví (1938-2017), Willy. Sostiene Ribera que Willy es la persona que más ha alimentado su búsqueda pictórica y, a la vez, la que más ha contribuido a que se trazara un camino propio. En este estudio, y en paralelo a un cambio de técnica (la pintura acrílica reemplaza a la pintura al óleo), se reorienta la temática, con un protagonismo creciente de los paisajes (recordados, fotografiados o imaginados), e incluso se replantea la propia concepción del cuadro.
Un tema recurrente que caracteriza esta época son los paisajes inspirados en la comarca de Los Monegros, en el valle del Ebro (Aragón), una región escasamente poblada y de clima semiárido. En su fisonomía, esteparia y de fuerte personalidad, dominan todas las combinaciones de colores terrosos, blancos y ocres. El paisaje, austero, casi áspero y siempre silencioso, la emociona e inspira. Es muy posible que esta atracción profunda provenga de la influencia de su padre, Pere Ribera, pedagogo, profesor de historia del arte y gran amante de los campos de Castilla, que pueden calificarse también de austeros y silenciosos. Admirador de un grupo de pintores españoles de posguerra (algunos agrupados en la Escuela de Vallecas y posteriormente en la Escuela de Madrid), como Benjamín Palencia, Godofredo Ortega Muñoz, Rafael Zabaleta y Juan Manuel Díaz Caneja, la convivencia de Ribera con la pintura de todos estos artistas, a través de su padre, ejerció sin duda una gran influencia en su forma de mirar y de interpretar el paisaje de los Monegros.
En 2013, Ribera se retira de su puesto como profesora de la Universidad de Barcelona. Uno de los motivos de esta jubilación relativamente temprana es el firme deseo, o, mejor, anhelo, de dedicarse al arte, a la pintura, pero también a otras artes plásticas como el grabado y la escultura, e incluso hacerles alguna visita a las letras. Estas digresiones no parecen tanto fruto de un espíritu disperso, sino una manifestación de su inconformismo creativo, y de su perenne aspiración a encontrar los colores.
Ribera posee, desde 1985, una pequeña casa de pueblo, también silenciosa y austera, en Alaior (Menorca). En esa localidad está el Taller Internacional de Gravat (Xalubinia), que despierta su curiosidad por esta modalidad artística, que la lleva a compaginar horas de calor y playa con horas de tinta y prensa. En el taller de Xalubinia, los veranos entre 2013 y 2016, sigue varios cursos impartidos por el artista y alma mater del centro, Pere Pons (n. 1949), un auténtico maestro del grabado. Una vez consolidadas gracias a estos cursos veraniegos las bases técnicas y artísticas del grabado, entra en 2015 (y frecuenta hasta la pandemia de 2020) en el taller Deep Edicions de Barcelona, para seguir trabajando en este campo bajo la dirección de la artista Francesca Poza (n. 1965). Con ella practica y perfecciona una gran variedad de técnicas, etapa de la que emana una considerable producción. Aunque no abandona sus paisajes austeros y áridos, buena parte de esta producción la dedica a uno de los autores que más le apasiona y con el que se identifica, o le gustaría identificarse, Giorgio Morandi (1890-1964). La obra de Morandi, con los objetos cotidianos que parecen posar para él con inagotable paciencia, sus vasos, jarrones y, sobre todo, botellas, que deslumbran por sus infinitas (y discretas) geometrías, tactos y colores, por lo que son y por el proceso creativo que esconden, la emocionan e inspiran. Así que utiliza algunos de estos elementos, modificándolos o combinándolos de una manera muy personal. Sus grabados se exponen en diversas salas, y vende sus primeras obras.
A la vez que trabaja en el grabado, Ribera se asoma al campo de la escultura, un arte que la atrae y, al mismo tiempo, la intimida. Para ello, en 2013 se incorpora al taller de la escultora Rosa Ferrándiz (1933-2015), y empieza a trabajar con arcilla. Comienza entonces su aprendizaje sobre el diálogo entre los volúmenes llenos y los espacios vacíos, y, con ello, su pasión por la escultura. Después del fallecimiento de Rosa Ferrándiz, Ribera sigue en el taller con Jose Abellán (n. 1959), su hija, que en 2015 la anima a participar en el I Concurso Internacional de Música Tridimensional con la obra Tristor d’una guitarra vella, obra que fue seleccionada y expuesta en el Museu de la Música de Barcelona. No satisfecha con la arcilla, busca nuevos sustratos a los que dar forma, y en 2016 se incorpora al taller del escultor Naxo Farreras (n. 1951), persona de una notable sensibilidad, a cuyo lado manipula otros materiales, y aprende a manejar el cincel, a fundir metales, a tornear madera. Deja de ir a este taller al principio de la pandemia, y queda como rastro más palpable de su paso por él una serie de esculturas de metal de pequeño formato que conforman un bosque imaginario.
Mientras tanto, Ribera sigue pintando en el estudio de Willy. Cuando Willy muere en el año 2017, el taller vive unos meses de incertidumbre y Ribera se matricula en varios cursos intensivos de pintura al natural de la mano de la conocida pintora Carmen Galofré (n. 1959), como «Pintura al natural en el delta del Ebro» (2018 y 2019) y «Barcelona skyline» (2018). Carmen Galofré le transmite una idea, una forma de mirar, fundamental: hay que ver el paisaje como un todo, y, como tal, plasmarlo en el cuadro.
El estudio de Willy retoma la actividad, bajo la inspiración de otro pintor, Guillermo Gil (n. 1953), y Ribera se reincorpora; allí sigue hoy en día. Estos últimos años ha explorado otros estilos pictóricos, otros temas y ha trabajado con una mayor libertad expresiva, en un periodo claramente de experimentación.
Así, por ejemplo, después de pasar su vida profesional estudiando las algas marinas, Ribera descubre la belleza y singularidad de los peces. El primer pez que dibuja lo hace en la arena de la playa, y a partir de ahí nace el primer cuadro. Las imágenes que percibe en sus salidas al mar se trasladan de manera casi automática a sus lienzos, y huyen de cualquier pretensión de naturalismo científico; en cambio, surgen peces imaginarios e imaginados, solos o en grupos, en composiciones atrevidas que parecen intentar capturar la esencia del pez más allá de sus detalles.
Después de los peces, Ribera vuelve a su pasión por Morandi, con bodegones imaginarios compuestos principalmente por botellas u otros objetos de cristal, que se superponen en transparencias que desafían las leyes de la óptica. Suele añadir a la pintura acrílica, en estos bodegones, otros elementos como carboncillo, rotuladores, colores pastel, y aplica espátulas, esponjas, raspadores… Los lienzos de cierto tamaño reemplazan a los formatos pequeños.
Sin renegar de todas estas indagaciones, Ribera se dedica actualmente de nuevo al paisaje, pero con composiciones cada vez más desestructuradas, con dominio del color sobre la figura, con la intención de expresar sobre todo la soledad y el silencio que le inspira el paisaje.
Polifacética e inquieta, experimental, discípula aplicada e insumisa, atrevida y temerosa, con una inseguridad que en vez de paralizarla la empuja en múltiples direcciones, Ribera se enfrenta a sus lienzos como quien abre ventanas en busca de una luz desconocida. Y una vez abiertas no se queda mirando, contemplativa y satisfecha, sino que va rápidamente en busca de otras ventanas que abrir.
Convencida de que aún no ha llegado al final de su búsqueda, Ribera continúa intentando encontrar los colores. Sabe que es posible que nunca lo consiga, pero el camino habrá valido la pena.
Javier Romero
(a partir de una entrevista con María Antonia Ribera)
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