«El verdadero viaje de descubrimiento consiste no solo en buscar nuevos paisajes, sino en ver las cosas desde una nueva perspectiva»
Marcel Proust
GEOMETRÍAS DEL SILENCIO
Hay muchas maneras de representar el paisaje y la naturaleza muerta en la pintura, desde el realismo más acentuado hasta la abstracción. Sea de una manera o de otra, lo que interesa es que el espectador pueda apreciar y sentir lo que verdaderamente quiere transmitir el artista y eso es precisamente lo que vemos cuando contemplamos el trabajo de María Antonia Ribera. La suya es una pintura que surge de dentro, circunstancia que le permite realizar una obra que solo perciben sus ojos, que tanto puede ser de manera presencial o a través de la imaginación. Lo que es importante es su compromiso al buscar lo que realmente le interesa sin necesidad de justificarlo.
María Antonia Ribera no proviene del mundo del arte, pero sí del ámbito cultural, en el que la docencia era el eje familiar. Ella misma también la ha ejercido, como profesora universitaria, en un ámbito referente al origen y evolución de la vida como es la biología. De todas maneras, el arte y la biología no son profesiones antagónicas, al contrario, ya que la circunstancia de especializarse en la biología marina la aproxima al mundo del paisaje marino. Por lo tanto, la idea de representar la naturaleza está presente en la mayoría de sus pinturas mediante el paisaje rural o urbano.
Aunque se considere una artista autodidacta, en realidad no lo es, ya que ha querido conocer de cerca diferentes disciplinas y técnicas con la idea de poder aplicarlas y así crear sus propias obras. Ha frecuentado los talleres de varios maestros, como por ejemplo el expresionista y surrealista Josep Maria García-Llort, el paisajista Ramon Sanvisens, la dibujante Aurora Altisent, el intimismo poético de Clara Guillot, el impresionismo cromático de Guillermo Castellví, Willy, y la dicotomía abstracción-figuración de Carme Galofré. He querido destacar estos nombres, unos más conocidos que otros, porque le han dejado huella, aprendiendo de todos ellos diferentes maneras de representar la pintura, lo que le ha servido para poder crear su propio imaginario.
Respecto al apartado pictórico la artista profundiza en dos temáticas como son el paisaje y la naturaleza muerta. En la primera, se adentra en el paisaje rural en lugar del marino, ya que se da la paradoja de que teniendo la posibilidad de representar su entorno más cercano como es el litoral mediterráneo, siente más atracción por el paisaje interior, principalmente los campos de Castilla -de quienes también era un enamorado su padre- y los Monegros. Por ello siente admiración por un conjunto de pintores pertenecientes a la Escuela de Madrid, como es el caso de Benjamín Palencia y Godofredo Ortega Muñoz y de la Escuela de Vallecas con Rafael Zabaleta al frente, así como otros como el pintor cubista palentino Juan Manuel Díaz-Caneja. Todos ellos representan el paisaje castellano desde una perspectiva muy singular, donde conviven estilos tan diferentes como el cubismo, el expresionismo y el impresionismo.
María Antonia Ribera bebe de todas estas fuentes para después desarrollar su propia obra, sobre todo cuando cultiva el paisaje, un paisaje donde no aparece el ser humano, pero en el que de alguna manera se le intuye. En cambio, cuando se acerca a la naturaleza muerta su referente es el pintor italiano Giorgio Morandi, influenciado en sus inicios por la escuela metafísica para luego crear su propia iconografía. Aparentemente, los bodegones de la artista no reflejan esta fascinación por Morandi, pero sí sirven para captar su esencia, como también sucede con las composiciones geométricas de Paul Cézanne que luego contribuirán al advenimiento del cubismo. Por tanto, si hago mención a estos pintores es porque la artista siente la necesidad de captar, y al mismo tiempo asumir, todos los conocimientos que le inspiran estos autores y que luego le servirán para crear sus composiciones geométricas.
En sus pinturas se aprecia perfectamente una gran predisposición a la geometría gracias a la aparición de una serie de líneas rectas y diagonales estructuradas y fragmentadas, mediante un conjunto de compartimentos o divisiones. La existencia de esta sucesión de elementos la podemos asociar a un conjunto de espacios que tanto pueden ser campos cultivados, caminos o montañas. En realidad, son lugares o parajes inverosímiles a ojos del espectador, pero que para la artista no lo son, aunque formen parte de su argumentario visual, ya que se trata de paisajes ficticios pero que parten de una realidad aparente, como por ejemplo cuando viaja y observa el paisaje agreste de los Monegros que le transmite sensaciones reencontradas.
En conjunto la obra de María Antonia Ribera ofrece al espectador una nueva manera de entender el arte desde una visión plenamente personal en la que pueden convivir diferentes formas de expresión. Es obvio que el hecho de crear no está exento de riesgos y dificultades, pero se pueden resolver con imaginación e ingenio.
Ramon Casalé Soler
Museólogo, historiador y crítico de arte